inventor genial respecto a métodos específicos y a demostraciones matemáticas y físicas,
sino también como un perfecto conocedor del material empírico conocido en sus días. En sus
estudios Newton siguió la profecía bíblica a través de la historia. Estaba bien capacitado
para hacerlo debido a su conocimiento de cronología y astronomía. Su obra póstuma
Observations Upon the Prophecies of Daniel and the Apocalypse of St. John
(1733), fue el
resultado de muchos años de estudio.
Las ideas de Henry St. John Bolingbroke (1678-1751) fueron completamente opuestas a las
de Newton. Despreciaba todas las sectas que eran el producto del entusiasmo, el fraude y la
superstición; pero concedía al cristianismo el derecho de tener una verdad racional. Como
defensor de la libertad de pensamiento, apoyaba que hubiera una iglesia oficial en bien de
los intereses del Estado y de la moral pública. Fue aún mayor la influencia de David Hume
(1711- 1776), cuya crítica deísta emancipó al método científico del concepto de deidad
adquirido mediante la razón. Hume estaba en contra de demostrar la religión por otros
medios que no fueran los racionales, y por eso dirigió su crítica contra los milagros. Admitía
la posibilidad de que hubiera casos milagrosos, pero afirmaba que existía una posibilidad de
error de parte del observador o del historiador. Entre los incrédulos, los que rechazan el
concepto cristiano de la salvación, se destacaba Eduardo Gibbon (1737-1794), cuya
Historia
de la decadencia y caída del Imperio Romano
es un intento de presentar en forma digna y
pragmática el surgimiento del cristianismo. Los principios fundamentales del deísmo
estuvieron sometidos en el siglo XIX a la influencia del escepticismo, el pesimismo y el
panteísmo; pero los conceptos de la llamada religión natural en gran medida retuvieron su
antiguo carácter.
El deísmo tenía muchos aspectos. Los deístas creían generalmente en un Dios que creó la
célula original de la vida. Pensaban que el Dios del universo, el gran Arquitecto y "relojero",
hizo las leyes universales que concuerdan con la razón. Afirmaban que todas las prácticas y
creencias que no pueden ser entendidas o sostenidas por la razón deben ser descartadas
como superstición, pero que habían sido usadas por el clero para sacar provecho de ellas.
Los deístas rechazaban la creencia de que Dios revela alguna vez su voluntad a los
hombres; aceptaban a Dios como creador, pero negaban que mantuviese alguna relación con
sus criaturas. En vista de que la 75 revelación natural es suficiente, afirmaban, la Biblia y la
revelación de Jesús no son necesarias para llevar al hombre a la felicidad y a la salvación.
La insistencia que en el siglo XVIII se puso sobre la razón se aplicaba no sólo a la filosofía y
a la religión sino también a la política. Cuando los "déspotas ilustrados", como Federico II y
José II, gobernaban en nombre de la razón, decretaban leyes en bien de sus súbditos; por
ejemplo, la esclavitud debía ser abolida porque su abolición era razonable. Había un deseo
general de ilustrar al pueblo y de popularizar el conocimiento científico. Los deístas, muchos
de los cuales estaban entre los enciclopedistas, fomentaron ese gobierno ilustrado,
especialmente en Francia. El más elocuente de los deístas franceses fue Voltaire
(1694-1778), un inteligente y atrevido crítico que se lanzó a una brillante polémica contra la
intolerancia en la iglesia y el Estado y contra las pretensiones de una iglesia dominante.
Voltaire recibió muchísimo la influencia de Newton, pero sus ideas en cuanto a la tolerancia
procedían principalmente de Locke y Shaftesbury. Sus ideas concordaban con las de los que
se llamaban a sí mismos filósofos, los enciclopedistas, que sostenían que ciertamente Dios
existía y que había creado el mundo, pero que todas las Instituciones religiosas son
imposturas. Las afirmaciones de Voltaire eran claras y sumamente ingeniosas, pero el mismo
Voltaire no era ni profundo ni metódico, y se puede hacer referencia a su obra como a "un
caos de ideas claras". Era un enemigo declarado de las enseñanzas cristianas. Resumía
sus puntos de vista afirmando que "el dogma conduce al fanatismo y a la contienda, pero que
la moral [ética] conduce a la armonía". Su contribución máxima fue su valiente y elocuente
defensa de la libertad de opinión y libertad de expresión. Abiertamente defendió a los que
eran injustamente perseguidos debido a sus ideas. Arriesgó su fortuna y su reputación a fin