Página 65 - Comentario bíblico adventista del séptimo día tomo Apocalips

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nuevas ideas tuvieron la virtud de crear un clima para la revolución, que comenzó en 1789
cuando los representantes de los tres Estados de Francia se reunieron en Versalles. No
tenían el propósito de derribar el gobierno de Luis XVI; sin embargo, había quejas contra los
abusos en el sistema de impuestos, en la representación y por la injusticia general hacia la
mayoría de la población que constituía el llamado "tercer Estado". Se redactó una minuciosa
constitución que limitaba el poder absoluto de la monarquía. Una sección de ella era la
llamada "constitución civil del clero", por la cual la asamblea nacional reconocía la
supremacía del Estado y afirmaba que la iglesia debía someterse a éste.
Cuando Francia declaró la guerra a Austria en 1792, la revolución apresuró el paso y se hizo
más agresiva y violenta eliminando a los viejos "enemigos" del pueblo: los aristócratas y las
instituciones sociales y políticas mediante las cuales ellos habían impuesto su voluntad. La
constitución fue anulada en junio de 1792, y en agosto el primer levantamiento popular serio
condujo al aprisionamiento del rey y a su juicio y ejecución cinco meses más tarde. Una ola
anticristiana barrió el país en 1793 y se declaró la guerra a la religión. La razón fue deificada
y las iglesias se convirtieron en los llamados "templos de la razón". Los más violentos ateos
dispusieron de un poder absoluto durante varias semanas; pero después de un corto lapso el
culto de la razón fue reemplazado por el culto del Ser Supremo. Cuando Napoleón llegó a
ser primer cónsul celebró un concordato con la iglesia en 1801, en el que concedía al papado
muchos de sus antiguos privilegios.
La Iglesia Católica en el siglo XVIII; los jansenistas.-
Los jesuitas se destacaron en el arte de transformar los así llamados pecados mortales en
pecados veniales 77 llevando al extremo la "reserva mental" y empleando un lenguaje
confuso (anfibológico). Llegaron al punto de afirmar que uno puede ir en contra de su propia
conciencia mientras esté a su alcance una "opinión probable". El maestro del probabilismo
fue el jesuita español Antonio de Escobar (1589-1669). Aun el papado condenó sus ideas, y,
por lo tanto, en 1687 Escobar repudió formalmente sus propias enseñanzas sobre el
probabilismo, aunque continuó enseñándolas en otra forma. Los más serios enemigos de los
jesuitas fueron los jansenistas, que volvieron al concepto agustiniano de la salvación sólo por
la gracia. El fundador del jansenismo fue un profesor holandés de Lovaina, Cornelio
Jansenio (1585-1638). Seguía muy de cerca las enseñanzas de Agustín, cuyas obras había
leído treinta veces. Jansenio se sentía especialmente atraído por la enseñanza de Agustín
acerca de la gracia que éste había escrito en su lucha contra los pelagianos. En su obra
Augustinus
, Jansenio enseñaba que la gracia de Dios es el único medio de salvación.
Apoyaba la doctrina de la doble predestinación: los hombres están predestinados ya sea para
la salvación o para la condenación. Pero los jesuitas insistían en la doctrina de que el
hombre mediante su libre albedrío coopera en su propia salvación y
realiza
su propia
redención en gran medida. El centro del jansenismo en Francia era la abadía de PortRoyal,
cerca de París, donde vivieron de acuerdo con las ideas de Jansenio una cantidad de
personas notables como Nicole, los Arnauld, Du Vergier, el prior de San Cirano, y
especialmente el brillante físico y matemático Blas Pascal (1623-1662).
Pascal se propuso estigmatizar y poner de manifiesto los falaces razonamientos de la
casuística de los jesuitas. En sus
Cartas provinciales
(la primera de las cuales apareció en
1656), publicadas en sesenta ediciones, mediante sus brillantes y algo irónicas invectivas,
Pascal hábilmente refutó el sistema de los jesuitas. También comenzó a escribir una
apología del cristianismo desde el punto de vista de un hombre de ciencia, pero la muerte lo
sorprendió cuando todavía era relativamente joven. Sus apuntes y anotaciones para esta
obra se publicaron como
Pensées
(Pensamientos), que han quedado como una de las bellas
y magistrales apologías del cristianismo.
En cuanto a los jesuitas, sus actividades incluyeron muchos campos de acción. Lo hacían