tiempo de Pérgamo, cuando se generalizó, había muchos que se opusieron. En el cuarto siglo el
emperador Constantino tuvo que publicar un decreto en el cual ordenaba a la gente que dejara
de "sabatizar"; una evidencia clara de que todavía lo estaban haciendo.
Y tampoco bastó el decreto imperial para lograr el propósito, porque cuarenta años más
tarde el Concilio de Laodicea (364 d.C.) se vio obligado a tratar nuevamente el tema. En su
Canon
29, dijo: "Los cristianos no deben judaizar, reposando en el día sábado, sino que en ese
día deben trabajar; honrando, en cambio, el Día del Señor; y, si pueden hacerlo, reposar
entonces como cristianos. Pero si alguno se encuentra judaizando, sea anatema [maldito] de
parte de Cristo".
Esto ocurrió antes del tiempo de Tiatira. Precisamente en esto estriba la diferencia entre
la actitud de las iglesias anteriores y la de Tiatira. Durante toda la época de Esmirna y la de
Pérgamo los fieles cristianos que siempre han constituido la iglesia verdadera, manifestaron su
oposición a las falsas doctrinas.
Contra este trasfondo de protesta y oposición al error ocurridas en el tiempo de Esmirna
y Pérgamo, podemos entender mejor en qué consistió el pecado de Tiatira:
era el pecado de la
tolerancia.
Esta cualidad (la tolerancia), por supuesto, es una virtud muy importante para el
cristiano, pero puede convertirse en pecado cuando es motivada por la indiferencia y la
pasividad ante el pecado.
No es que no existieran cristianos fieles en los tiempos de Tiatira; sí, los había. Y, como
observamos anteriormente, el Cristo resucitado no los acusa de fornicar con Jezabel. Ni siquiera
dice que simpatizan con ella. Su pecado no es el de participar de sus errores, sino el de guardar
silencio cuando debían hablar, de no hacer nada cuando debían actuar. Dice:
"Toleras
[a] esa
mujer
"
(vers. 20).
Los tiempos de Jezabel
El nombre "Jezabel", dado por Cristo a la apostasía de Tiatira, es significativo. Se refiere
a un personaje histórico, una hija de Et-baal, rey de Sidón, que se casó con Acab, el séptimo rey
de Israel después de Salomón (1 Rey. 16:31).
Jezabel, como reina, resultó ser una mujer de carácter enérgico que fácilmente dominó
al débil Acab. Ella no sólo detestaba la religión judía, sino que aprovechó el poder del estado
para imponer el culto a Baal.
Llegó el momento cuando el profeta Elías, presa del desaliento, exclamó: "Sólo yo he
quedado" (1 Rey. 19:10). Lo que Elías no sabía era que el Señor tenía todavía un ejército de
fieles que no habían doblado la rodilla ante Baal (vers. 18; Rom. 11:3,4).