Página 26 - El atardecer y la noche de la Iglesia

Versión de HTML Básico

Pero, aun así, Creso estaba lejos de haber perdido su reino. Simplemente se retiró a la
acrópolis y se encerró sintiéndose por demás seguro.
Durante sólo catorce días Ciro mantuvo el sitio, y luego ofreció un premio al soldado que
encontrara la manera de escalar el monte y abrir las puertas de la ciudad. Parecía imposible,
pero un soldado llamado Hiréades se dispuso a observar la fortaleza en la parte donde el
precipicio estaba más empinado.
De repente, vio que un soldado de Creso perdió el casco el cual iba dando tumbos hasta
caer al pie del precipicio. Esto llamó la atención de Hiréades, pero fue aún mayor su sorpresa
cuando el soldado apareció unos momentos más tarde al pie del precipicio, recogió su casco en
persona y volvió a desaparecer en medio de la roca resquebrajadiza. "¡Aja! —exclamó
Hiréades—. Sí es posible escalar la roca aquí". Y al día siguiente, con unos compañeros
valientes, se dedicó a escalar el precipicio.
Muy confiado y creyendo, aparentemente, que nadie podía subir por ese punto, Creso
no había dejado guardia. De esta manera, los persas pudieron entrar sin impedimento en l a
acrópolis y abrir las puertas desde adentro, y en poco tiempo el imperio de Lidia ya había
pasado a la historia.
De modo que en Sardis tenemos una ciudad con una reputación gloriosa pero que no
vivió a la altura de su fama. Teniendo inmensas riquezas, llegó a la pobreza; teniendo un
poderoso ejército, fue derrotada en batalla sin pelear. Su fortaleza, aparentemente
inexpugnable, fue tomada y el pueblo reducido a una condición de esclavitud y sufrimiento,
porque confió en los muchos dones que el cielo le había concedido y no comprendió la
necesidad de ser vigilante.
Sardis nunca volvió a recuperar la gloria que había perdido; y en el primer siglo, cuando
se escribió el Apocalipsis, era una ciudad que seguía en proceso de decadencia.
El mensaje a Sardis
Escribe al ángel de la iglesia en Sardis: El que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete
estrellas, dice esto: Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto
(vers. l).
He aquí una iglesia de brillantes perspectivas. Había pasado el atardecer de Pérgamo y la
larga noche de Tiatira. Sardis parece traer consigo el despuntar de un nuevo día, pues tiene
nombre de que vive. Pérgamo sufrió por la presencia de algunos que enseñaban la doctrina de
Balaam; Tiatira toleraba a Jezabel. Pero Sardis tiene la apariencia, el "nombre", de haber
rechazado estas causas de muerte espiritual.
Y, en verdad, había mucho en la vida religiosa del Siglo XVI que inspiraba optimismo,
pues se veía el florecimiento de importantes cambios que habían empezado en el siglo anterior.