AI decir que la justificación es por fe, los reformadores querían decir que el creyente la
recibe cuando acepta simplemente el perdón ofrecido, que la recibe al depositar fe en el
sacrificio de Cristo.
La salvación es para "todo aquel que en él cree" (Juan 3:16). No es necesario ni es
posible pagar su precio: ni con dinero, ni con ayunos, ni maltratando nuestro cuerpo, ni con
actos de caridad, ni con ninguna otra clase de actos buenos.
Algunas personas inconscientemente habían insinuado que el sacrificio de Cristo fue
insuficiente para salvarnos. Esto lo hacían al enseñar que ellos tenían que sumar algo de sus
propias obras al sacrificio del Hijo unigénito de Dios para obtener la salvación.
Los reformadores comprendieron que la obediencia y la fidelidad del creyente no son
más que una respuesta de amor mediante la cual el cristiano expresa a Dios su gratitud por el
don de la salvación que ya ha recibido, y que las buenas obras de ninguna manera constituyen
un pago por algo que el cristiano espera recibir algún día en el futuro.
Así que, muy por encima de la liberación política y eclesiástica que trajo la Reforma a los
creyentes, estaba la liberación producida por la doctrina de "la justificación por la fe".
Lo que nadie puede quitar
Posiblemente no sea totalmente clara la manera en que esta doctrina puede efectuar
una liberación tan grande. Para entender esto, hay que recordar que la esclavitud existe cuando
un hombre puede ejercer dominio absoluto sobre otro. La doctrina de la justificación por las
obras produjo precisamente esta clase de dominio.
¿Por qué? Porque los dirigentes religiosos se reservaron el derecho de pronunciarse
sobre el valor de las distintas obras. En consecuencia, ellos tenían el derecho tanto de otorgar la
salvación como de retenerla. Esto colocó un poder tremendo en sus manos, pues ellos podían
aparentemente cerrar las puertas del cielo ante un individuo o bien ante toda una comarca.
Pero cuando entendemos que la salvación es otorgada en atención a la fe del creyente,
la situación cambia totalmente, porque la fe no puede ser otorgada por una persona con
respecto a otra, y no puede ser jamás retenida ni quitada. Cuando el creyente confía en el
sacrificio de Jesucristo como su única esperanza de salvación, cuando se presenta directamente
ante Dios en virtud de los méritos de esa muerte expiatoria, entonces obtiene acceso directo al
trono del Infinito (Heb. 4:14-16). Es así como la justificación por la fe libera al creyente.
Hay otra manera más en que esta hermosa verdad bíblica trae libertad y avivamiento
espiritual. La justificación nos libera de una clase de opresión, que es sin duda la peor y la más
pesada que puede sufrir un ser humano en esta vida, a saber, la opresión producida por la
conciencia cuando ésta ha sido despertada por las enseñanzas de la ley de Dios y avivada por el
Espíritu Santo.