El que está tratando de ganarse la salvación por sus méritos y sus buenas obras está
intentando una imposibilidad. Para los que no han comprendido el camino de la fe, el Monte
Sinaí, no brinda más que truenos, relámpagos y grande oscuridad (véase Éxo. 20:18,19; Gál.
4:21-25).
Tales individuos procuran siempre ver en su conducta algo que es suficientemente
bueno como para creer que son dignos de salvación. Pero cuanto más se acercan a Dios, con
más terrible claridad ven lo grande e infinita que es la perfección y la santidad de Dios y más
inmundo se sienten, hasta que exclaman: "¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este
cuerpo de muerte?" (Rom. 7:24; compárese con Isa. 6:5; Luc. 5:8). De la opres ión de una
conciencia que no tiene ni sosiego ni consuelo, nos libra el mensaje de la justificación, pues
justificación es la palabra de perdón pronunciada por los labios de Dios.
La ley nos trae arrastrados ante el tribunal del universo, y la conciencia con voz
estridente dice: "Este fue sorprendido en el acto mismo del pecado". Pero la justificación le dice
al pecador arrepentido: "Ni yo te condeno; vete y no peques más" (Juan 8:11). "Ahora, pues,
ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús " (Rom. 8:1).
Sombras donde se esperaba luz
De modo que el mensaje de la justificación que oyó Sardis fue, en verdad, un mensaje
de vida para vida. Traía la semilla de un avivamiento espiritual que hubiera sido capaz de
continuar de gloria en gloria y de poder en poder hasta transformar todo el cristianismo.
Pero, tristemente, Sardis nunca alcanzó a vivir a la altura de la preciosa verdad que
había recibido. Cuando parecía ser la hora del amanecer de un nuevo día, la luz de Sardis se
tornó en oscuridad, como lo había denunciado el Cristo resucitado: "Tienes nombre de que
vives, y estás muerto". En vez de seguir creciendo, en vez de avanzar hasta alcanzar la plenitud
del día, muchas de las congregaciones reformadas se quedaron cada una con la porción de luz
que había descubierto y rehusaron avanzar más. Y no sólo esto; al cabo de pocos años, algunas
comenzaron a agredirse mutuamente, amontonando denuncias y anatemas unas contra otras;
inclusive, hubo en algunos casos hasta persecución y martirio producidos por el odio entre los
reformadores.
El mismo Lutero en sus años posteriores comentó tristemente: "Nos pareció que
hallaríamos el aprecio de nuestros hermanos por haberles anunciado el evangelio de paz, vida y
eterna salvación. Hemos encontrado, en lugar de aprecio, el más amargo odio. "Hubo muchos"
que gustaron de nuestra doctrina al principio y la abrazaron con entusiasmo. Creíamos que
ellos serían nuestros hermanos y amigos, que se unirían con nosotros en común acuerdo para
plantar y propagar esta doctrina entre los demás. Mas ahora estamos descubriendo que son
falsos hermanos y nuestros más amargos enemigos". Fue así como la gran luz de Sardis se tornó
en oscuridad. Tenía el nombre, la fama de estar viva, pero en realidad estaba muerta.