Página 38 - El atardecer y la noche de la Iglesia

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estabapreparado, el rey entró para saludar a los convidados, y "vio allí a un hombre que no estaba
vestido de boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda?Mas él enmudeció"
(Mat. 22:1-14).
Claro está; teníaque callarse, pues no había excusa. Según la costumbre antigua, el rey había
provisto el vestido de bodas gratuitamente para todos los invitados. Sólo tenían que aceptar el don
ofrecido.
En Apocalipsis 19:8 se nos dice que las vestiduras de "lino fino, limpio y resplandeciente"
representan la justicia con que uno se presentaa la cena de bodas cuando Cristo vuelva por los suyos. El
hombre de la parábola, así como los cristianos de Laodicea, pensabapresentarse con losméritos de sus
propias acciones justas. "Estoy bien así —decía—. De ninguna cosa tengo necesidad".
Pero el Testigo fiel, el que dice la verdad, les dice a los ciegos de Laodiceaque necesitan riqueza
celestial; no lapropiaque se corroe y se echa a perder, sino laque Cristo les puede ofrecer (Mat.
6:19,20).
El remedio para Laodicea
El oro representa la fe que obrapor el amor, y cuanto más seaprobada en el fuego de la
aflicción, más pura y más refinada sale.
El ungüento para los ojos representael aceite del Espíritu Santo (Zac. 4:1-5). Este fue llamado
por Cristo, el Espíritu de verdad, y es el único que puede ayudarnos a ver la realidad acercade nuestra
condición delante de Dios (Juan 16:7-11).
Como Sardis, la iglesiade Laodiceano recibe ningún encomio. Y sin embargo, el Testigo fiel le
asegura a esta iglesia su amor y compasión. Dice: "Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues,
celoso y arrepiéntete" (ver Prov. 3:12).
He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: Si alguno oyemi voz y abre la puerta, entraréa él y cenaré
con él y él conmigo
(vers. 20).
Ante Filadelfia, Cristo abre unapuertade oportunidad, pero Laodiceamantiene cerrada su
puerta. Deja al Señor afuera, llamando.
Pero, aunque lo estamos despreciando, no se aleja. Dice: "Estoy a la puerta y llamo". Se
mantiene cerca, y llama con un gran deseo de entrar (Hech. 17:27 úp). Ante nuestra tibiezae
indiferencia, el Señor procura activamente llamar nuestra atención; razona, apela, tratade persuadir.
Pero hay una cosa que él no hace. No abre lapuerta; no fuerza la entrada. Entra en el corazón y se
convierte en huésped sólo cuando es bienvenido.
Dice: "Si alguno oye mi voz y abre lapuerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo". Es un
cuadro de íntimo compañerismo. La cenaes generalmente unahora tranquila; es el momento cuando ya
han pasado los afanes del día, y hay tiempo disponibleparaentablar una animada y dulce conversación
con el Huésped celestial.